Una reflexión coyuntural
No pude resistir la tentación de anotar y hacer visible una idea de las que pululan en mi cabeza en los últimos días, como consecuencia de algunos dramáticos acontecimientos acaecidos en el país, como si fueran pocos los abatimientos que sacuden a la humanidad con pandemia, guerra, escasez y consecuente carestía que dificultan la vida del planeta, desde el gobierno más encumbrado hasta el ciudadano más humilde.
En días recientes han ocurrido algunos hechos que nos obligan a hacer reparos a nuestras vidas para reducir los sobresaltos naturales a los que nos obliga el diario vivir, con tantas innovaciones, avances y retrocesos que se tornan en impredecibles los designios del destino.
En cuestión de semanas, la muerte nos arrebató dos vidas de enorme utilidad para la evolución social del país: Orlando Jorge Mera y Francisco Tomás Rodríguez.
Una vez se propagó como pólvora la ocurrencia de ambas tragedias, en los medios, redes, radio, televisión, las conversaciones ordinarias, las llamadas telefónicas... estas noticias se volvieron tendencias. Aunque las muertes tuvieran razones diferentes, en ambos casos abundaron los lamentos, uno por trágico y el otro porque se nos iba un técnico de aportes fecundos al desarrollo nacional.
A medida que fueron avanzando las horas, fluyeron centenares de páginas, editoriales y comentarios, sobre la conducta, los aportes y el legado de los fallecidos.
Llega uno a pensar que tenían ellos el terrible desafío de morir para que sus obras de bien, su alcance, su conducta y sus aportes trascendieran.
Vemos incontables hombres y mujeres dedicados a la vida pública, bregando en medio de dilatadas incomprensiones, acostándose a dormir en horas de la madrugada y a veces desde la cama, pasando mensajes a sus compañeros de trabajo, marcándole tareas pendientes. Algunos que dejaron un trabajo propio muy
productivo, para ahora dedicar tiempo para servir al país, cobrando un salario módico y otros ni siquiera cobrando.
A Frank Rodríguez lo vimos por años planeando el aprovechamiento de las aguas represadas en las presas de Sabana Yegua, Sabaneta, Rincón, Tavera e implementando los proyectos de desarrollo: Yaque del Sur, Azua (YSURA); Aguacate, Limón del Yuna y Pozo (AGLIPO); Proyecto de Riego Yaque del Norte (PRYN); Bajos Yaque del Norte (BYN); Centro de Capacitación de la Reforma Agraria (CECARA); Plan Integrado de Desarrollo Agropecuario (PIDAGRO); Plan de Consolidación de la Reforma Agraria, entre otros. Cuando pierde un recurso humano tan valioso como Frank, al país le queda un vacío muy difícil de llenar.
Él no tuvo que ser un dirigente destacado de un partido político para trascender a la vida pública. Sus dotes hablaban por él y ahí están sus aportes como testimonio de su labor.
Como compañero y amigo, a Orlando lo vimos crecer, nunca encaró a nadie su linaje.
Trabajó política tanto como el que más, cumpliendo misiones y cuando su trabajo lo catapultó a cargos del poder público, lo ejerció con entereza, dedicación, eficiencia y humildad.
Lo vimos cruzar llanos, praderas, montañas, arroyos y ríos, a menudo humedeciendo sus labios para atenuar las temperaturas de sus avatares.
Varias veces lo vimos trepar a Valle Nuevo de Constanza, para asegurar que ese lugar sagrado fuera reservado para cumplir su misión de dispensar agua a buena parte del país, sin ignorar el acto de justicia, que cristalizó días antes de morir, de compensar económicamente a trabajadores agrícolas abnegados, que en búsqueda de sustento, habían llegado a esas alturas a explotar esas tierras, desde varios años atrás.
Nos queda ahora la lección de auscultar si a los servidores públicos, les debe esperar la muerte para tener la póstuma satisfacción de ser valorados en su paso por la vida. Si es necesario morir, para que su obra sea justipreciada.
Creo que la democracia, la opinión válida, el derecho a la libre expresión, pasan por la disyuntiva de reclamar que en medio de la crítica a la que todos tenemos derecho y de la que pocos escapan, no se omita el reconocimiento a la buena obra en vida, que puede ser una buena razón para que los días por vivir no dejen de ser placenteros hasta el último momento.
A nuestro país le faltan muchas cosas por lograr y a medida en que estas se alcancen, debería ser para impulsar el bienestar colectivo.
Se requerirá mucha templanza y madurez para que cada dominicano empuje en la misma dirección a favor del desarrollo del país y quien no pueda sumar sus bríos debería tener la grandeza de dejar que los que sí queremos, lo podamos realizar sin la necesidad de hacer el esfuerzo de vencer también su resistencia.