“La que eligió su pueblo”

Un hermoso libro puesto en circulación el pasado 15 de enero, y que lleva por título: “LA QUE ELIGIO SU PUEBLO”, está dedicado a las Memorias del Centenario de la Coronación Canónica de la Imagen del Cuadro de Nuestra Señora de la Altagracia, recoge gran parte de los magnos eventos con los que se celebró en el “Año Jubilar Altagraciano” el Centenario de la indicada Coronación (1922-2022), de la que ha sido llamada “Madre y Protectora del Pueblo Dominicano”.

Esta primera Coronación tuvo lugar el 15 de agosto de 1922, en plena ocupación militar norteamericana (1916-1924), en la “Puerta del Conde”, espacio histórico y emblemático donde originalmente se proclamó la Independencia de la República Dominicana, el 27 de febrero de 1844, bajo los auspicios del entonces Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo Monseñor Adolfo Alejandro Nouel, quien obtuvo del Papa Benedicto XV, la disposición pontificia para que se llevara a cabo dicha coronación.

El Pontífice, en esa oportunidad, al enviar la Bendición Apostólica expresó: “…mis votos más vivos, para que el pueblo dominicano, por intercesión de la Virgen de la Altagracia pueda reconquistar aquella libertad e independencia a la que aspira y bien merece por su fe y devoción”. Al siguiente mes, el 23 de septiembre de 1922, y como un signo de esperanza, se firmó el Pacto Hughes- Peynado, donde se acordaba la salida de las tropas norteamericanas del país.

Esta Reina y Soberana, fue también coronada años después, por el Papa Juan Pablo II, en dos oportunidades, la primera con una diadema, en su visita a Santo Domingo en 1979; y, la segunda, en la Basílica de Higüey, el 12 de octubre de 1992, en ocasión a la Celebración del V Centenario de la Evangelización de América, reconociendo el papa Juan Pablo, en esa ocasión, que este Santuario dedicado a la Virgen de Altagracia, es el primer santuario de culto mariano en América.

En este sentido refiere la tradición, que más o menos 22 años después del Descubrimiento de América, un lienzo con la imagen de la Virgen María en contemplación del Niño Jesús y con San José detrás a su derecha, fue entregada como un regalo de su padre, a la “Niña de Trejo”. Imagen pintada en un paño y recibida de manos de un anciano de barbas blancas, que se la entregó en un sitio llamado “Hoyoncito”, ubicado entre “El Puerto” y “Hato Mayor”.

“Probablemente desde el año 1514, por los milagros que Dios hacía por intermedio de Nuestra Señora, representada en su Santa Imagen, comenzaron las peregrinaciones, al Santuario de la Villa de Higüey”.

La cantidad de milagros, sanaciones y prodigios realizados a través de la devoción del cuadro empezaron a manifestarse de manera tan contundente que como testimonio de los mismos quedaron físicamente por siglos los miles de exvotos, debidamente inventariados, como señal de gratitud por la intercesión de la Madre de Dios.

Además, la devoción a la Virgen de la Altagracia fue tomada como estandarte de batalla, con promesas de buena fe, como el caso de los lanceros higüeyanos, que marcharon a combatir desde el extremo Este de la isla hasta territorio francés, participando en la Batalla de “La Limonade”, el 21 de enero de 1691, que definiría el territorio español en la Isla de Santo Domingo, y haría justicia reivindicativa ante el barbárico saqueo e incendio perpetrado en Santiago, por un ejército extranjero, en 1689.

Dos veces, que se tenga conocimiento, también apareció, el cuadro con la Imagen de la Virgen de la Altagracia encaramado entre las espinas de un naranjo—que nos recuerdan la corona que padeció su Hijo—donde finalmente se decidió el lugar en que debía construirse su Templo.

Así quiso Dios que se manifestase hace más de cinco siglos en el extremo oriental de estas tierras: la Madre Protectora de los dominicanos.

Este libro recoge en detalle, a través de sus 485 páginas, el testimonio escrito y gráfico de todos los actos realizados para la conmemoración del Centenario de su Coronación Canónica en 1922, que conmovieron la Iglesia Católica dominicana.

También recoge este libro, que circula desde esa fecha, todos los trabajos realizados por la “Comisión Nacional Unidos por la Altagracia”, Presidida por Monseñor José Dolores Gullón Estrella, Obispo Emérito de San Juan de la Maguana, quien fue designado por la Conferencia del Episcopado Dominicano, para que él se encargara, junto con la Comisión, de la organización de estos trabajos. Y también los textos de los discursos pronunciados por nuestras máximas autoridades gubernamentales y municipales proclamados en la puerta del Conde.

Es que ante el portento de miles de milagros palmarios y patentes entre los dominicanos y los peregrinos de otras islas, durante los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, y hasta el día de hoy, tenemos la certeza, por el testimonio de Rosa Duarte en sus apuntes y apoyado por el Arzobispo de Santo Domingo y Presidente de la República, Monseñor Fernando Arturo de Meriño, que el Padre de la Patria Juan Pablo Duarte, inspirador de nuestra dominicanidad, llevaba por devoción una medalla de la Virgen de Altagracia.

Hay muchas familias dominicanas que han sido bendecidas por algún favor concedido por la intercesión de la Virgen de Altagracia, por esto se explica que, al día de hoy, conforme a los registros oficiales: ¡306,939 mujeres dominicanas! llevan por nombre Altagracia… y también, ¡12,101 hombres¡, llevan también el nombre de Altagracia.

Por último, nos atrevemos a decir, que, así como durante el siglo XX, la Virgen de Altagracia, fue coronada por los papas, en tres ocasiones, tal y como ya se ha dicho, propondríamos, formalmente, que una y mil veces se le coronara de nuevo por las siguientes razones:

1) Por ser, nuestra Virgen de Altagracia, inefable y excelsa maestra de oración contemplativa para estos tiempos;

2) Por mostrarle, la Protectora del Pueblo Dominicano, a este mundo posmoderno que el remedio para el relativismo moral que padece la humanidad es la contemplación del Niño Dios;

3) Por enseñarle, nuestra Chiquitica de Higüey, a todos los hombres y mujeres del orbe, que la familia es la única solución antropológica e institucional para preservar los valores que sustentan una sociedad para que esta sobreviva; y, finalmente,

4) Por mostrar, nuestra Venerada Señora de la Altagracia, a todas las generaciones, que la adoración incesante del Hijo de Dios, es dejarse iluminar por Jesús: “Luz del Mundo”, en medio de una época que camina por tinieblas de muerte.

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