SIN PAÑOS TIBIOS

El deslumbramiento del rojo

Había tinieblas sobre la tierra en el momento primigenio de la creación y por eso dijo Dios “hágase la luz, y la luz se hizo”; y que conste, que en el Génesis quedaba revelada la misma verdad que ya había sido expresada antes en otros confines de la tierra. Porque el “I Ching”, el “Tao Te Ching”, los vedas, o el “Libro de los Muertos” se refieren al mismo dilema existencial que nos atormenta desde los tempranos días en que la luz luchaba contra la oscuridad en una batalla cotidiana y cíclica.

Por eso, el destello de luz que percibió el rabillo de mi ojo izquierdo no pudo pasar inadvertido; porque la evolución condicionó nuestro cerebro para percibir y apreciar la luz, en tanto expresión cognoscible de la creación y la belleza.

Lo del rojo era algo que intuitivamente “sabíamos”, aún sin saber las razones del porqué. Que no porque los arqueólogos no entendieran las razones que impulsaron a los sapiens a recurrir al ocre en sus eventos chamánicos importantes, no significaba que careciera de sentido.

Lo otro, lo del corrimiento al rojo, era algo que aún no se veía venir, pues faltaba que Hubble formulara su ley, y que antes, Adams estudiara el fenómeno en las nebulosas.

Volviendo a Hubble –no al telescopio, sino a Edwin–, el descubrimiento de que a medida que las galaxias se alejaban más entre sí más rápido lo hacían, fue revelador. El corrimiento permitía calcular, tanto la velocidad de salida como la distancia recorrida en función del alargamiento de la longitud de onda de la luz; de tal suerte que, a mayor distancia hay un mayor desplazamiento hacia el rojo dentro del espectro cromático de la luz (o hacia el azul, si la longitud es menor), en función de la fluctuación de la radiación electromagnética.

Roto el sello, los astrónomos escudriñaron los secretos del Big Bang a su antojo. El Gran Estallido que dio inicio a todo –el aliento de Dios– quedaba al descubierto, gracias a las indicaciones escritas por Hubble en el reverso de una servilleta manchada de café en Mount Wilson.

El universo se expandía, y, mientras más lo hacía ¡más rápido lo hacía! La clave del misterio estaba en el rojo de la luz; en el rojo que deslumbra; el rojo que nos deja sin palabras porque muestra su belleza mientras se agranda la distancia entre el observador y el punto observado.

Aunque la verificación más terrible y triste del “Efecto Doppler” fue la dicha por Cerati al constatar el terrible vacío generado “cuando te alejas de mí”; cuando el corrimiento al rojo se da mientras la hermosa mujer con su pelo teñido de rojo se aleja montada en la cola de un motor en medio del tapón; mientras el corazón late como un púlsar –cada vez más rápido–, mientras más rápido se aleja.

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