¿Quién educa al pueblo?
Un fin de semana de grandes santos
La primera semana del mes de noviembre comienza con el Día de Todos los Santos, y sigue con el Día de los Fieles Difuntos: vida y muerte.
Es un mes para valorar la vida y darse cuenta de que nuestra vida es así: vida y muerte. Primero viene nuestra vida y continuando con la forma de vivir esa vida, será nuestra muerte: muerte en vida.
He tenido varias experiencias sobre la vida y la muerte.
Uno de mis hijos me ha dicho que van dos veces que me mandan de arriba. Una después de haber sufrido de hepatitis C, por unas transfusiones recibidas después de una pedrada en una ocasión parada en un semáforo esperando el cambio a la luz roja. Quedé inconsciente y por 15 días estuve en Cuidados Intensivos, amarrada con cables y tubos en el cuerpo.
No me podía mover. Recuerdo vagamente que tembló la tierra y yo amarrada en un cuarto piso. Todos bajaron al piso bajo ¡y yo me quedé sin poderme bajar de ahí! Pero no podía hacer nada, solo esperar que pasara el temblor. ¡El Señor me sostuvo y lo aguanté todo!
Otro de los milagros que he vivido: además de haberme curado de la hepatitis, decían que iba a tener cirrosis del hígado, y cuando me hicieron la prueba ya estaba curada. “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (Salmo 125).
El día 3 celebramos a San Martín de Porres, un gran santo y el primero latinoamericano nacido en el Virreinato del Perú. Era de la Orden de los Dominicos.
El día 4 celebramos a San Carlos de Borromeo, el santo cuyo nombre es el de todos los Carlos de mi familia, entre hijos y nietos.
San Carlos de Borromeo era hijo de un conde, se crió entre los ricos y privilegiados y su tío, el papa Pío IV, lo ordenó diácono a la edad de 22 años.
Fue un gran santo como también lo fue San Martín de Porres.