Año nuevo con esperanza y compromiso con la fe

De Cerca

Celeste Pérez.

Celeste Pérez.Víctor Ramírez/LD

Cada inicio de un nuevo año es oportuno para reflexionar sobre lo profundamente simbólico que resulta recibir el privilegio de vivir 365 días del calendario. Es como una página en blanco, una oportunidad para recomenzar, para redefinirse y establecer nuevas metas. Sin embargo, para lograrlo plenamente, es imprescindible cerrar ciclos, soltar lo que nos pesa y abrazar la esperanza como guía.

Cuando pienso en este acto de renovación, recuerdo uno de los eventos más reveladores de la Biblia: el éxodo de los israelitas liderados por Moisés. Dios les prometió una tierra nueva, un lugar donde podrían prosperar, pero para llegar hasta ahí, tuvieron que dejar atrás Egipto, su zona de confort, aunque también su lugar de sufrimiento. Ese acto de fe —de soltar lo conocido y caminar hacia lo incierto guiados solo por la esperanza— es un poderoso ejemplo de lo que significa comenzar de nuevo.

Y sí, hay que ser valiente para empezar de nuevo, no importa el contexto. Cerramos un ciclo cuando dejamos de aferrarnos a aquello que no podemos cambiar y entendemos que es momento de seguir caminando valorando las lecciones aprendidas. No me refiero a olvidar, sino aceptar con gratitud y liberarnos para estar disponibles a las nuevas bendiciones.

En este proceso, hasta cierto punto es natural, encontrar voces que intentan empañar nuestra fe en un porvenir prometedor. Personas pesimistas que ven el cambio como una amenaza, no como una oportunidad. En momentos así, recuerdo las palabras de Isaías 43:19: “Estoy haciendo algo nuevo, ¡ahora brota! ¿No lo perciben?”. El futuro no se construye con dudas, sino con la certeza de que cada día trae consigo la posibilidad de algo extraordinario, porque el cambio y la transformación son parte del plan de Dios para nuestra vida.

Y sí, es un acto de valentía escoger la esperanza en un mundo que muchas veces intenta convencernos de lo contrario. La esperanza nos conecta con lo mejor de nosotros mismos y de los demás. Es esa chispa que ilumina el camino incluso en medio de la oscuridad.

Al recibir este nuevo año, elijo dejar atrás el equipaje emocional que ya no sirve y abrir los brazos a las oportunidades que Dios tiene para mí. Invito a todos a hacer lo mismo. Que este 2025 sea el éxodo hacia nuestra propia tierra prometida: un lugar de crecimiento, gratitud y amor. Cada año nuevo es un recordatorio de que el tiempo es un regalo, aprovechémoslo para ser mejores, para amar más y para caminar con fe. Dejemos que la esperanza sea nuestra brújula y que el optimismo sea la fuerza que nos impulse. Así como Dios acompañó a su pueblo en el desierto, estoy segura de que también nos guiará en este viaje hacia un ciclo lleno de bendiciones. 

¡Hasta el lunes!

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