ARTE
Décadas de luz y color en la pintura dominicana
La belleza del arte pictórico dominicano radica en la armonía y el equilibrio de sus formas, en la composición de los cuadros y la intensidad de su estética
La pintura dominicana es una mezcla de lenguajes, símbolos y conceptos que denotan su origen antillano y caribeño. Sus principales características son la luz y el color. Así lo resume Danilo Santos, investigador del tema.
Esas características, luz y color, están cargadas de gran belleza, agrega Marianne de Tolentino, autora de ensayos, libros y artículos sobre el arte dominicano.
“Pero no me refiero a las flores, a la naturaleza muerta o el paisajismo, sino a la belleza en el sentido de la armonía, el equilibrio, cómo se compone el cuadro”, dice y explica que en el arte contemporáneo dominicano encontramos mucho equilibrio, aún en los artistas más atrevidos hay siempre un ingrediente de belleza, de estética.
De los Santos, autor de los ocho tomos de “Memoria de la pintura dominicana” editado por el Grupo León Jimenes, divide la historia de la pintura dominicana con lo que llama la metodología generacional.
Para el autor, el núcleo de artistas que sienta las bases de la pintura dominicana desarrolla su trabajo a finales del siglos XIX.
“La mayoría de estos pintores se fundamenta en el temario nacional, el indigenismo, la valoración patriótica y la estimación hacia figuras como Juan Pablo Duarte”, afirma.
Entre los exponentes de este grupo se encuentran los “precursores”: Luis Desangles, Alejandro Bonilla, Arturo Grullón, Leopoldo Navarro y Abelardo Rodríguez Urdaneta.
A partir de los 1900, De los Santos diferencia una nueva generación, que se encarrila hacia un tipo de obra más naturalista y que asume la gráfica, la caricatura y la ilustración.
“Es un proceso que se relaciona con la aparición de la prensa, de las revistas nacionales, del Listín Diario, etcétera”, dice.
Las figuras destacadas de esta época son Copito Mendoza, el más importante caricaturista, Julio Pou, Alfredo Senior y el pintor de montecristeño Tuto Báez.
Es en los años 1920 cuando aparece la primera teoría estética de carácter nacional, formulada por los postumistas.
El manifiesto postumista rechaza que el arte dominicano deba fundamentarse en el arte europeo, renacentista, de vanguardia. En cambio, sostiene que debe fundamentarse sobre todo en la estética del paisaje, de la luz. Es un postulado que tiene que ver con un planteamiento de la dominicanidad, considera De los Santos, y que sienta las bases de una nueva generación donde la figura más descollante es Yoryi Morel.
“Con Yoryi Morel comienza a expresarse lo que llamo un discurso pictórico de la dominicanidad”, expresa. Sus temas principales son los paisajes campesinos, el sector popular, las cantinas cibaeñas.
En las décadas que siguen aparecen muchos de los más grandes expositores de la pintura dominicana: Darío Suro, Celeste Woss y Gil, Jaime Colson, Tito Cádeta, Luis Bautista Gómez, Aida Ibarra, Xavier Amiama, Domingo Liz, Guillo Pérez, Gilberto Hernández Ortega...
“El núcleo es muy amplio. En cada generación desembocan artistas de las generaciones anteriores, formando una confluencia con los nuevos”, afirma el experto.
La mayoría de estos pintores ya desarrollaba su trabajo cuando llegaron los inmigrantes europeos, sobre todo españoles, a partir de 1939. Entre ellos vinieron nombres como José Vela Zanetti y José Gausachs. Fueron estos inmigrantes, junto a algunos artistas locales, quienes fundaron en 1943 la Escuela Nacional de Bellas Artes.
“A partir de aquí yo sostengo la tesis de las generaciones que se van sucediendo cada diez años”, explica De los Santos. Del 40 al 50, en la generación de los primeros egresados, figuran artistas notables como Clara Ledesma, Marianela Jiménez, Luichi Martínez, Ada Balcácer, Fernández Diez.
Esta primera generación asume e interpreta los lenguajes que aprenden a través de sus maestros: el impresionismo, el surrealismo, el cubismo, la abstracción.
De los Santos aclara, sin embargo, que algunos de estos lenguajes ya habían sido introducidos por pintores nacionales como Morel, que trabajó el impresionismo, y Colson, que exploró el cubismo.
“La generación de 1960 asume sobre todo la pintura de corte social, una pintura de denuncia y compromiso, una pintura desgarrada, expresionista”, continúa el autor.
Este grupo se desenvuelve en una época de transición entre la dictadura y la democracia y entre sus pintores más destacados están Silvano Lora, Ramón Oviedo, el pintor social por excelencia, Elsa Núñez, Cándido Bidó, Leopoldo Pérez, José Rincón Mora, Soucy de Pellerano y Thimo Pimentel.
Hacia 1970, De los Santos destaca la aparición del fotorrealismo, la figuración y la pintura ingenua.
Aparece además por primera vez una obra de combate representada en serigrafías y grabados, realizada por jóvenes militantes, comprometidos políticamente, como Frank Almánzar, Rosa Tavárez, Carlos Sangiovanni, Alonso Cueva, Alberto Ulloa, Manuel Montilla, Geo Ripley, Cuquito Peña, José García Cordero, José Miura.
El arte contemporáneo aparece en las generaciones de los 80 y los 90.
“Es una corriente que rompe con los modos tradicionales, con la cultura en sí misma. En estas generaciones toma un giro muy importante la fotografía”, explica De los Santos.
Con esta aparición se van desarrollando diferentes vertientes. “En los 90 es importante señalar sobre todo el fortalecimiento de la plástica nacional, la aparición de personalidades con mucho poder comunicativo”, dice.
El hecho de que con tantos nombres disponibles el dominicano se limite a reconocer solo unos pocos nombres como estandartes de la pintura dominicana, no es algo deplorable, considera la crítica de arte Marianne de Tolentino, autora de ensayos, libros y artículos sobre el tema.
“No es un hecho específico de la República Dominicana. Si hacen una encuesta en Estados Unidos, Francia, España u otro gran país, sorprende que realmente conocen muy pocos nombres, pese a tener una historia de la pintura mucho más antigua. Los españoles te hablarán de Picasso, Goya y Velásquez. Siempre, en todos los países, habrá unos cinco pintores emblemáticos, luego, los cientos de pintores que hay realmente son conocidos por una minoría: estudiosos y amantes de la cultura”, dice Tolentino.
De los que no suenan, por lo menos cien merecen que se conozca su obra, “y ya con esos cien, más los 20 que se conocen, ya tenemos 120, que son una base solida para conocer la pintura dominicana”, opina.
Para empezar, una buena opción sería formar al niño desde muy pequeño para que aprecie la pintura.
El mercado pictórico actual
Hay varias maneras de adquirir una obra pictórica: directamente del artista, en una galería, con un marchante (dealer) de arte o en el mercado secundario, es decir, de cualquier particular que decide vender.
El marchante de arte
Andonis Charalambous explica que en el mercado dominicano actual hay cinco nombres que son los más demandados: Dionisio Blanco, Guillo Pérez, Cándido Bidó, Teté Marela y Elsa Núñez. Sus cuadros pueden oscilar entre los 25 mil y los 350 mil pesos.
Los compradores se dividen por lo general en aquellos que buscan cuadros para decoración y aquellos que lo hacen con fines de colección e inversión.
¿Qué hace que un cuadro se venda? Su calidad y la trayectoria que tenga su autor, responde Charalambous.
“Lo bueno se vende. Un pintor joven aunque no tenga nombre todavía, si presenta calidad, vende también”, dice.
Una de las cosas que influye en el mercado es la falta de conocimiento del público.
“La cultura con relación al arte está en pañales. Muchas personas ignoran el valor tanto estético como pecuniario de las obras”, afirma el marchante y explica que hay un público que compra por moda.
La tendencia en el mercado, a su juicio, es hacia el arte contemporáneo, el arte abstracto y el surrealismo.
“Estamos dejando un poquito atrás lo que son los bodegones, la típica marina, el paisaje campestre”, dice.
La pintura turística popular
Los cuadros coloridos que se venden en puestos turísticos pertenecen a una tendencia que se ha desarrolado a partir del “boom” de ese sector económico y que está vinculada a la pintura popular haitiana, explica el historiador de arte Danilo De los Santos.
“En este tipo de cuadros se observa una tendencia de pintura naif o popular que tiene como pionero al pintor vegano de principios del siglo XX Julio Susana”, expresa.
El término naif o ingenuo se refiere a una pintura que hace una interpretación de la realidad con mirada de niño, sostiene.
Memoria de la pintura dominicana
El pasado mes de diciembre, el Grupo León Jimenes presentó los tomos 7 y 8 de un proyecto de 10 que empezó a publicarse en el 2003: la colección Memoria de la Pintura Dominicana, escrito por Danilo de los Santos.
La crítica de arte Marianne de Tolentino sólo tiene observaciones positivas y favorables para la obra porque, hasta el momento, las obras publicadas en el país sobre pintura y arte no alcanzan el nivel de la obra del investigador.
Los anteriores, dice, tenían el mérito de que si se difundían fuera se sabía que había un arte dominicano aunque no siempre fuera lo mejor.
Los tomos de Danilo de los Santos son tan importantes que deberían figurar en todas las bibliotecas escolares del país, en Bellas Artes, en la Biblioteca Nacional y por lo menos en todas las escuelas de arte del país para que los estudiantes puedan consultarlos.
“Así, leyendo esos tomos, mirando las imágenes, los jóvenes se van a dar cuenta de que hay una pintura dominicana de mucha importancia, muy fuerte, muy vigente y con gran porvenir”, dice Tolentino, quien reconoce que ni siquiera los eruditos de la pintura “conocemos todo lo que está en la obra de Danilo de los Santos porque se trata de una obra de investigación de muchos años y de una diafanidad absoluta”.
Uno de los grandes méritos de la obra, según Tolentino, es que no presenta solamente a los maestros, a los que han descollado por sus exposiciones, por sus premios de bienales, por monografías que han escrito sobre ellos o por los artículos que han salido en la prensa.
“En los tomos de Danilo encontramos la producción pictórica dominicana en su conjunto, encontramos artistas de provincias a quienes nadie conoce con excepción de allegados o de sus familiares, que se han olvidado y no se sabe dónde están sus obras”.
Para Tolentino, poco importa que haya personas que critican que si bien el autor presenta a los mejores, también presenta gente mala, o mediocre, lo que parecería que carece de sentido.
“Pero sí tiene sentido”, opina. “Esa es la pintura de un país. No son diez exquisitos magistrales, es todo lo que han hecho los profesionales de la pintura o aun aficionados que se han dedicado principalmente a la pintura, lo mismo que el dibujo y la escultura”.
De hecho, en el prólogo de los tomos, la crítica de arte Myrna Guerrero adelanta que el libro presenta hallazgos, publica datos desconocidos, revaloriza y hasta corrige nociones comúnmente aceptadas.