Pablo Neruda, la lámpara y la luz de la poesía

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Ignacio Novaignnova1@yahoo.com

Cuando en 1974 llegué a casa con “Residencia en la tierra” de Pablo Neruda y el entusiasmo de quien poesía un trozo de cielo, mi entrañable madre me miró fijamente, reclamándome: ¿Para qué sirve eso? ¿Por qué no usaste el dinero para comprar plátanos?

Tenía razón. La situación peor no podía ser peor y ella decía estar “cansada de trabajar” sin lograr que la miseria amainara.

Sus palabras me confrontaron a un aluvión de emociones opuestas: su terrible verdad y mi convicción de que en ese libro había algo que me era imprescindible aunque desconocido.

Mis dudas entraron al territorio en que morían ante el inexplicable éxtasis que me produjeron aquellos textos de poderoso misterio, inicialmente inaprehensibles: “Como cenizas, como mares poblándose, | en la sumergida lentitud, en lo informe, | o como se oyen desde el alto de los caminos | cruzar las campanas en cruz…”.

El mundo perdió sus perfiles y lugares conocidos y pensados. Luego de semanas leyendo a Neruda terminé con papel y lápiz y, desde un acto tan mimético como sólo la juventud propicia, empecé registrando lo que luego sabría que era hablar sobre “el hombre y su circunstancia”, recogido dos años después por Listín Diario (24 de enero de 1976, página ocho): un afán intransigente de verdad iluminada:

“Yo soy la vieja lámpara de la casa pobre | la agujeta y la pandereta sobre las que la vieja tierra | tejió la tristeza y la miseria…”.

Desde entonces Neruda fue un acompañante. Cada libro suyo, vorazmente leído, atestiguando su inclinación hacia las cosas “triviales” a las cuales dedicó varios volúmenes en un giro desde el surrealismo hacia la cotidianidad fuerte, cantos enamorados a la existencia, por no decir —Neruda era comunista—agradecimiento por el regalo de Dios.

“Residencia en la tierra” fue mi gran lección sobre tropos y metáforas: “Existiendo como las puntadas secas en las costuras del árbol”; “Ahora bien, ¿de qué está hecho ese surgir de palomas | que hay entre la noche y el tiempo, como una barranca húmeda?”; “Adentro del anillo del verano | una vez los grandes zapallos escuchan”. O esta sobre los combatientes: “De miradas polvorientas caídas al suelo | o de hojas sin sonido y sepultándose. | De metales sin luz, con el vacío, con la ausencia del día muerto de golpe. | En lo alto de las manos el deslumbrar de mariposas”.

Inspiraban mi alma desde las penas a la esperanza; regalada razón para la congoja derrotada; figurar un tiempo mejor, empujarlo con los actos y las palabras. Para Neruda “…el arrancar de mariposas cuya luz no tiene término”, era el mundo a construir y a esperar.

¿Su signo? El amor: “detrás de la pelea de los días blancos de espacio | y fríos de muertes lentas y estímulos marchitos, | siento arder tu regazo y transitar tus besos | haciendo golondrinas frescas en mi sueño”.

Su decisión, definitiva: “Innecesario, viéndome en los espejos, | con un gusto a semanas, a biógrafos, a papeles, | arranco de mi corazón al capitán del infierno”.

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