oye país

¡Cuan anticuado soy!

En una dura discusión con algunos amigos sobre el papel que juegan los medios de comunicación y la avalancha de las ‘redes sociales’, saqué la conclusión de que una mayoría penosa, diría yo, apuesta más a ese ‘ejercicio de libertad de expresión’ de denominados ‘influencer’, que el que practican los medios formales, los periodistas profesionales conocedores y practicantes de la objetividad, que asumen su responsabilidad informativa con la sociedad.

Sobre este tema he escrito en esta columna y comentado en mis programas de televisión y radio, pero cada vez quedo más desagradablemente decepcionado por el mal uso que de la tecnología -esa gran herramienta que nos abre y acerca el mundo- hacen desaprensivos.

Hoy los programas de mayor rating compiten entre los productores que más malaspalabras emiten, que más insultan, que más mienten, difaman e injurian, que más amenazan con poner a cualquiera ‘en las cuatro esquinas’, y lo hacen. No respetan a las damas, a los que peinan canas o los niños, pero la sociedad los aplaude, los considera referencias, consume su producto, sin importar la calidad, el mal gusto, las obscenidades. Un penoso espectáculo que desdice de una sociedad tradicionalmente conservadora, pero atrapada en las garras de destructores de honras y las buenas costumbres.

Sentí un dolor en lo más profundo del alma, como periodista y ciudadano, cuando esos amigos me hacían notar que ‘esos son las nuevas personalidades del país, los que trazan las pautas, los que ganan dinero y nos estrujan en la cara lo ‘equivocado’ que estamos los que aún creemos en las buenas costumbres, el respeto a los demás. !Cuan anticuado soy! concluí.