Enfoque: Cita literaria
Mis libros, mi refugio
El placer por la lectura es una experiencia que he tenido el privilegio de compartir en diversos escenarios con compañeros que tenemos la misma pasión por los libros y coincidencialmente, por los mismos géneros.
En estas charlas literarias, he confirmado que el hábito de la lectura, muchas veces se romantiza y en otras ocasiones es un castigo que deben imponerse ante la necesidad de ser una persona más culta ante la sociedad.
Cuando inicié a explorar el mundo de la lectura, no lo hice ni por placer ni por una cuestión de adquirir conocimientos. Y quizás, aquí responda la pregunta que tantas veces me han hecho, ¿qué me motivó a leer?
“Lo hice porque estaba muriendo y necesitaba tener alguna excusa para sobrevivir”. Algún tipo de oxígeno. Y entre los libros de textos de la escuela encontré un refugio que al día de hoy es una fuente de vida para mí, pero también una formar de obtener el placer y abandonar la vida real…
Nunca vi un libro en casa. Tampoco tuve una persona que me ayudara en el proceso de aprender a leer. Mis padres apenas alcanzan a escribir sus nombres, el mío y el de mis hermanos. Pero eso no me limitó a desarrollar la capacidad para identificar las letras y finalmente leer y comprender las oraciones.
Ahí comenzó todo. Entre las Ciencias Sociales y a mi corta edad, la soledad y el insomnio. Leer me salvó de muchas noches, quizás hasta de mí.
Al llegar a la secundaria, era muy popular entre mi salón de clase. Era la que leía, la que tenía dominio de la palabra y quien en las materias de Historia y Lengua Española terminaba representado el centro educativo en las Olimpiadas regional y nacional.
En esta etapa leí mis primeros libros. La Iliada y la Odisea. A esos se les sumaron obras de Juan Bosch, Gabriel García Márquez, Marcio Veloz Maggiolo, Louisa May Alcott, Aída Cartagena Portalatín, Joaquín Balaguer, Alexander Scott y Ernesto Sábato.
Algunos de estos libros me los proporcionaban de la biblioteca del liceo. Pero allí no estaban todas las obras que integraban el listado sugerido para las olimpiadas, así que terminé en la biblioteca personal de la en aquel entonces era la coordinadora del centro y quien me acompañaba en todo el proceso de preparación hasta llegar al concurso.
Se convirtió en mi mentora y siempre la recordaré por sus exigencias y profesionalismo. Ella, me decía “Daniela, hay que entender lo que se lee” a propósito de que en la primera lectura del libro “La Mañosa”, no entendí para nada el contexto en que se desarrolla obra ni el metamensaje de la misma.
Que si tenía que saludar primero al jurado, memorizar los títulos, su trama, contexto, personajes y autor. Las pausas y la dicción. No podía olvidar ningún detalle y, cuando pasaba, ella estaba ahí, con toda la paciencia del mundo, para verme una y otra vez empezar de cero hasta que saliera bien.
Con sus libros, tuve mis libros. Aprendí amar este universo desde su estantería y comprender que perderme en las historias de otros, real o ficticia, era de alguna forma encontrarme con la mía. De darle vida a mi vida.
No hay otro inicio. Nunca me compraron un libro, tuve los libros de otros. Y solo ahora tengo los míos.