Democracia, transfuguismo e identidad

La democracia es la forma política de la autonomía, del gobierno justo y solidario para construir el bien común. Esta, según la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) católica, ha de forjar una sociedad digna de la persona, dando vida a los valores fundamentales, sobre todo: la verdad, la libertad y la justicia. Y, una auténtica democracia es posible solamente cuando asegura un Estado de derecho, la independencia de los poderes, el control social, la rendición de cuentas y la participación ciudadana; su columna vertebral es una recta concepción de la persona. Ciertamente, la DSI no pretende ser un dogma ideológico de aplicación obligatoria desde el Estado, tampoco un planteamiento utópico, angelical, ideal, para la Ciudad de Dios; busca ser solo una guía, una acompañante y una maestra.

En la DSI es claro que “el sujeto de la autoridad política es el pueblo, considerado en su totalidad como titular de la soberanía”. El pueblo transfiere el ejercicio de su soberanía a quienes elige libremente como sus representantes, pero conserva la facultad de mantener el control de las acciones de los gobernantes; sustituyéndolos, con la fuerza del voto, cuando incumplen con sus funciones. En República Dominicana, el pueblo se está empoderando de sus derechos: negando el voto y llevando a los tribunales a quienes se creen dueños del erario público o del Estado. No admitiendo candidatos impuestos, apostando por la transparencia, el buen juicio y el buen hacer de la juventud política que se empodera paulatinamente, dando vida a una democracia cada vez más sana y con identidad propia.

La identidad democrática no expresa tanto una forma de ser como una manera de estar. De ahí la importancia de una educación cívica para la ciudadanía que forme el carácter verdaderamente patriótico. Evidentemente, este no es un trabajo solitario e individual, necesita el encuentro con el otro para dar espacio al dinamismo que implica la construcción de la identidad.

La identidad nacional refuerza el sentimiento de pertenencia a una determinada colectividad histórico-cultural con una cosmovisión definida y con un mayor o menor localismo o universalismo, de costumbres, de organización social o política.

La identidad partidista representa no solo una conexión emocional que se experimenta hacia un grupo, sino una decisión consciente y ponderada; esto requiere de formación política de los correligionarios. Solo así se potenciará la identificación personal con los valores, principios y objetivos del partido. O sea, la lealtad hacia un grupo político puede ser tan sólida como la profesada al equipo deportivo favorito o a la religión. La falta de un profundo sentido de pertenencia, genera una seria incapacidad para superar cualquier propuesta de compra de conciencia y evitar el transfuguismo. El transfuguismo es una enfermedad, una traición a sí mismo y al partido, que en República Dominicana data desde los inicios de la República misma. Definitivamente, hay que trabajar más el sentido de pertenencia, la probidad, la fidelidad y la inteligencia emocional. Requerimos de una ley clara y precisa, acompañada de un régimen de consecuencia incorruptible, para erradicar este mal.