El cubo de Rubik

Para nadie es un secreto que la valiente decisión del presidente Luis Abinader de presentar una propuesta de reforma fiscal, consciente de la renta a pagar sobre todo en lo concerniente a su capital político, constituye además un acto de responsabilidad estatal.

El planteamiento que hago se sustenta en muchos argumentos, pero tal vez por su peso específico se destacan particularmente dos, siendo el primero de ellos la importancia de la medida, más allá y por encima de premuras, concepto sobre el cual se ha escrito de manera extensa, pero que con precisión quirúrgica determinó el presidente Eisenhower.

Varios actores del liderazgo nacional en ámbitos políticos, empresariales y económicos habían coincidido en la eventual necesidad de realizar una enmienda fiscal que corrigiera distorsiones y eficientizara las recaudaciones estatales. La referida reorganización tributaria se basó esencialmente en motivaciones de carácter técnico a mediano y largo plazo, sin mayor sentido de urgencia, más bien con visión de futuro. La práctica totalidad de los informes económicos de credibilidad indican que nuestras finanzas nacionales, acusan años de confort que permitirán un desempeño económico de la República Dominicana sin sobresalto en lo inmediato.

Por ello, y luego de proclamar nuestra nueva constitución la semana pasada, toda la recomposición fiscal y la estabilización de los ingresos a las arcas nacionales serán esencialmente para beneficio del país y de nuestros ciudadanos, pero inexorablemente bajo otra gestión gubernamental.

Asimismo, la retirada iniciativa de reforma tomaba distancia de las previas propuestas a partir de un elemento singular y lo constituye el hecho de que la modificación de marras no se presentó fruto de una crisis económica tal como ocurrió con las de 1984 y 1991, ni mucho menos fue introducida por la amenaza urgida de un panorama económico aciago como las que se sometieron en los años de 2005 y 2012 respectivamente.

En dirección inversa, la sometida al parlamento nacional hace unas escasas semanas, tomaba al país con estabilidad macroeconómica, con reservas históricas en divisas, con una inflación contenida, un crecimiento económico sostenido y con miles de millones de dólares de inversión de procedencia foránea en línea para apostarse en nuestro codiciado mercado. Francamente no puede haberse planteado en mejor momento.

El ejercicio de armar el cubo de Rubik de nuestros impuestos nacionales será siempre cuando menos incomodo de manera individual para los sectores con vocación de aporte de nuestra economía nacional, pero será idénticamente beneficioso para el interés colectivo. Se trata pues de poner nuestras mejores energías en la dirección de todos aportar desde nuestros intereses particulares, para robustecer el general, el colectivo.

La crítica y el rechazo a lo planteado por el poder ejecutivo pudo haber tenido sentido técnico o carecer de él, pudo reflejar interés político o no, pudo haber sido espontáneo o inducido, más lo cierto es que el garbo presidencial se empinó por encima de la mayoría congresual de su organización y depuso una iniciativa con acierto en su ADN conceptual y con colofón pertinente, que como toda actividad humana era perfectible, no perfecta.

Felizmente, en el cambio de paradigma de liderazgo que profesa el presidente Abinader hay espacio para la crítica de sus iniciativas y tolerancia para que se les agregue valor a sus propuestas, sin el complejo o la arrogancia de algunos actores de la vieja política, cuya principal obsesión parecía ser tener la única o la última palabra.

Hoy, a escasos días de formalizarse la exclusión de la pieza legislativa, casi todos los sectores de la nación advierten sobre la importancia de reformar nuestro corpus tributario y subrayan la importancia de no postergarla.

Por ello, hoy más que ayer recuerdo con precisión cardinal la sentencia del nunca bien ponderado Niall Ferguson en su obra Desastre, cuando estableció que:

“Un líder rara vez se verá recompensado por las acciones que emprende para evitar un desastre – El hecho de que esto no suceda rara vez es motivo de celebración o gratitud – y lo que si suele ocurrir más bien es que se le reproche lo doloroso que pueden llegar a ser los remedios profilácticos que haya aplicado.”

Así las cosas, el presidente Luis Abinader ha cumplido con su deber en ambos escenarios y eso está por encima de cualquier juicio de valor, interesado o equidistante y es una de las razones por las cuales es indiscutiblemente el modelo de liderazgo moderno de la nación.