La trampa más peligrosa para la República. Urgencia nacional

(En memoria de Federico Henríquez Gratereaux)

Federico Henríquez Grateraux, periodista y ensayista

Federico Henríquez Grateraux, periodista y ensayistaFuente externa

Por una razón misteriosa o ingenua, hay muchas personas que quisieran defender la sobrevivencia de nuestra Nación, en peligro extremo ante la clara indefensión del Estado Dominicano, sin apuntar claramente a la cabeza responsable mayor. Reconocemos que el gran responsable de todo el tinglado es el Imperio norteamericano que dirige el plan de la Ocupación, con todos sus tentáculos, sentando las bases de su Proyecto de Estado Binacional, y somete a los presidentes controlando las acciones del débil Gobierno. Generalmente, en todas las situaciones de corrupción o traición de funcionarios del Gobierno o representantes de los poderes del Estado controlados por el Presidente, que actúan impunemente contra el país, no aparece la responsabilidad de quien los designa o controla.

Debe quedar claro que, en la operatividad del negocio migratorio para que regresen los que salen por la frontera, o para que se queden los que iban a salir, o para que otros no lleguen a ser recogidos, trasciende, más allá del puro negocio perverso, amparado por la impunidad propiciada por la figura permisiva del Estado Dominicano y su cabeza constitucional.

Las Fuerzas Armadas y todos los actores que tienen que velar por la seguridad nacional y todas las instituciones relacionadas con el control migratorio —que se pagan con nuestros impuestos— carecen de gobierno real.

Y, en vez de afrontarse dentro del régimen constitucional actual, se promueven nuevas leyes y reglamentos que culminarán en el tiempo en la concesión del RÉGIMEN DE REFUGIADOS CON TODOS LOS DERECHOS a la masiva ocupación haitiana. Las decisiones sobre Haití apuntan claramente a ganar tiempo hasta que la Ocupación sea irreversible. Porque el Imperio de EE. UU. y la Comunidad Internacional NO asumirán el tutelaje y el plan de restauración de Haití, si la República Dominicana no demuestra de manera rotunda y contundente que no está aquí la solución de Haití.

Pretender que el Plan del Imperio y sus aliados haitianos y dominicanos cambie de rumbo, mientras aquí se va asumiendo el problema haitiano, es más que un sueño. Y toda medida interna que se tome será inefectiva con la extensa frontera fuera de control.

Y si el Estado no aplica el orden soberano en todo, y sigue financiando con nuestros impuestos el costo de la estadía de la inmigración ilegal —la asistencia social, educativa, sanitaria, el uso de los espacios públicos...—, el empresariado preferirá la mano de obra haitiana que solo le cuesta el salario.

Tenemos la urgencia extrema de que un presidente, ejerciendo de verdad según la Constitución, convoque CARA A CARA a los mandos superiores de las Fuerzas Armadas, y les ORDENE y les advierta —con un régimen de consecuencias reales y severas— ESTABLECER LA CUSTODIA SOBERANA DE LA FRONTERA, demandando conocer el plan real de custodia, asesorado por especialistas militares e historiadores, estableciendo una comisión de vigilancia y un servicio secreto de información bajo su mando y buscando la solución del costo con la concreta disminución del gasto público, la eliminación de exenciones privilegiadas, la mejora sustancial en el cobro de los impuestos evadidos y el buen uso del presupuesto nacional.

Y haga lo mismo con la Policía Nacional y con todos los Ministerios y organismos pertinentes, trazando las estrategias para el manejo de las contingencias que surgirán. Y lo haga con liderazgo diario cara a cara con el Pueblo Dominicano, desplegando la Misión Mundial por la Verdad con una diplomacia unificada y bien sustentada.

La crisis de gobernabilidad sobre la ocupación haitiana, junto con la situación de un endeudamiento indetenible e impagable para nuestro pequeño país –y que se paga con nuestros impuestos— van nublando progresivamente el futuro de la República.

Y no parece que quede mucho tiempo para ver y afrontar la realidad como una emergencia nacional de vida o muerte.

El autor es diácono