OTEANDO

¡Al fin, te apagué!

Por mucho que quiera uno evitarlo, termina encontrándose incluido en el grupo de los receptores obligados de ánimos ajenos, ya individuales, ya colectivos. Máxime, en lo relativo a las cuestiones de índole política, cuyo tinte siempre termina definiendo las expresiones de la población y, como parte de esa población, no puede uno -tampoco- ser indiferente a su pulso. Asimismo, cuando se está concernido en la cuestión de la comunicación, la gente ve en uno la oportunidad de proyectar con más facilidad sus aprensiones, factor que desbloquea las inhibiciones y estimula la franqueza de los demás.

Lo anterior me ha permitido, en los últimos días, enterarme de las conjeturas que se hacen en muchos círculos sociales y políticos en este momento. Algunos están pensando que los males que padecen son resultado del hecho de que, el presidente, habida cuenta de que no se repostulará jamás, está obrando de modo indiferente frente a los problemas más acuciantes que enfrentan a diario. Y más aún, piensan que tal situación deriva en una contracción económica que les perjudica, amén de no entender el manifiesto desencuentro entre el crecimiento económico -que es innegable, si nos atenemos a los datos del Banco Central- y su desarrollo humano, su progreso personal.

En las clases media y media baja, se conjetura en el sentido de que se percibe un distanciamiento de los funcionarios respecto a la población, acaso debido a su convicción de que deben concentrarse en ellos: llenar la alforja para seguir “existiendo” a partir del término de una “oportunidad” que ya tiene fecha de defunción. Se teme igualmente que, lo que no se pudo establecer por medio de la reforma fiscal, se irá imponiendo de forma soterrada por medio del poder reglamentario de que es titular el presidente, así como del poder reglamentario delegado a la Administración Tributaria.

Estoy seguro de que eso no está en el ánimo del presidente, pero creo que debe salirle al frente a ello, con acciones y palabras que convenzan de lo contrario a los preocupados. Porque, conforme he escuchado a muchos, dada su situación, no entienden todo aquello que con frecuencia se anuncia como “grandes conquistas”. Es más, anoche un amigo llegó a decirme que, al oír a economistas y políticos regodearse en ello, siente que piensan que se “las están comiendo”. Algo que entendí como lo ocurrido al loco de la fábula poética de Horacio que, envidioso de la refulgencia solar, miró fijamente y con encono al astro hasta que este lo dejó ciego, y a seguidas exclamó: “¡Al fin, te apagué!”.

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