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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Adolfo Nicolás, la mayor distracción: el yo

En su testamento espiritual, Adolfo Nicolás recuerda, como desde los primeros tiempos en la Iglesia siempre han existido personas obsesionadas por su imagen, por las apariencias y la opinión de los demás. Pablo rechazó todo este fariseísmo, por ejemplo, cuando les dice a los Gálatas “¿Con quién tratamos de estar de acuerdo?, ¿con los hombres o con Dios? ¿Acaso tenemos que agradar a los hombres? Si tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo” (Gálatas 1,10).

Andamos descentrados cuando nos dirigen “la competencia, la necesidad compulsiva de estar al día en tecnología, tener aparatos electrónicos exquisitos, usar nuevas posibilidades de comunicación”.

Nuestras mismas instituciones se vuelven presas de su imagen cuando se obsesionan “con un progreso medible y la garantía de un futuro en un mundo de mercados difíciles.” Caemos en lo artificial y nos falta la inteligencia.

Todo esto contrasta con los santos recordados por Adolfo Nicolás que “siguieron a Cristo incondicionalmente en su kenosis, su vaciamiento y, por lo tanto, no estaban distraídos por nada del yo que pudiera interponerse en el camino”.

El General se sorprende de que olvidemos que Jesús vivió el rechazo y el fracaso al morir en una cruz, “excepto durante las solemnidades de la Semana Santa, nunca celebremos el “fracaso del Reino de Dios” al seguir a Cristo”.

Por supuesto, la distracción más grande y central de todas es el yo. Nuestro ego nunca descansa y siempre atraerá nuestra atención hacia sí mismo.

Sin necesidad de quitar importancia al papel de los “agentes espirituales” –buenos o malos-, con seguridad, el ego es la mayor fuente de distracciones durante nuestro viaje por la vida.

La persona centrada en el Señor acepta que el “experimentar contradicciones o dificultades –a veces incluso serias- forma parte de vivir y comunicar el Evangelio.

Una persona con profundidad espiritual vive las dificultades “con una enorme libertad interior que la lleva a una intimidad más cercana con Dios, con la verdad y con los pequeños que son los verdaderos expertos en sufrimiento”. Pero cuando “nuestras mentes y corazones” están fuera de lugar, nos sentimos perseguidos y vemos en las dificultades “un complot” contra nuestro yo. Las personas descentradas antes las dificultades “se sienten perseguidos y, naturalmente, pierden su paz interior y alegría. Centrarse en el yo incomprendido o herido termina siendo una distracción gigantesca.”

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