Maniobras que salvan vidas: la importancia de estar preparados
A principios de enero, mi hermano sufrió un incidente mientras cenaba junto a su familia en un restaurante, se atragantó con un trozo de carne. Todos entraron en pánico al ver como se llevaba las manos al cuello haciendo la señal universal de atragantamiento; sin embargo, mi sobrino, quien había participado en un entrenamiento de primeros auxilios conmigo años atrás, recordó la maniobra para desobstruir la vía aérea. Gracias a esa intervención, este relato no terminó en una fatalidad.
Es probable que muchos de ustedes hayan estado en una situación similar o conozcan a alguien que la haya vivido pero que, por la ausencia de una persona con entrenamiento adecuado para responder, el desenlace fuera distinto.
Hay habilidades esenciales para la vida, y después hay otras que son esenciales para preservarla ante ciertas circunstancias inesperadas: los primeros auxilios, como se les llama, son aquellas primeras acciones que podemos ejecutar ante una situación de enfermedad o eventualidad que puede comprometer la vida, y dentro de éstos, la Resucitación Cardiopulmonar (RCP) y la liberación de la vía aérea por un cuerpo extraño, son habilidades fundamentales que todos debemos conocer. A veces, ese conocimiento, puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
La RCP es una maniobra de emergencia que se realiza cuando una persona deja de respirar y/o cuando su corazón deja de latir. Implica alternar respiraciones de rescate con compresiones en el pecho, de manera que pueda simularse en el afectado la respiración y la circulación de la sangre buscando preservar la vida de órganos y tejidos. La sobrevivencia después de un paro cardiorrespiratorio depende mucho del escenario donde se presente, siendo más baja, como es de esperarse, cuando sucede fuera del entorno hospitalario; y más alta en entornos clínicos, donde la mayoría del personal cuenta con entrenamiento formal. En el mejor de los casos, de todos modos, no será mayor de un 20%.
Lo que sí está demostrado que impacta la sobrevida es la rapidez con la que se inicien las maniobras, y es ahí donde el entrenamiento de la población general, sin importar el área profesional, cobra importancia. Los médicos tenemos que capacitarnos y renovar el entrenamiento cada cierto tiempo, pero todo aquel que interactúe con personas (niños, adultos o envejecientes) tiene el deber de estar adiestrado para responder ante una emergencia que por definición es imprevista.
En países con un alto nivel de desarrollo, que cumplen estándares de calidad en todas las profesiones, se exige por norma la capacitación en primeros auxilios y RCP a maestros, personal de seguridad, de restaurantes, hoteles, clubes y centros comerciales, entre otros; y, por supuesto, a los profesionales de la salud y afines, capacitaciones más avanzadas y el compromiso de la actualización al menos cada dos años. En nuestro país, aunque aún no existe una normativa que lo exija, es un deber reconocer que esta formación es una necesidad. Como ciudadanos, tenemos el derecho de exigir que se implementen programas de capacitación y que las instituciones que brindan servicios se responsabilicen de tener un personal entrenado.
Nuestra Escuela de Medicina UNPHU, consciente de esta necesidad, cuenta con el Centro de Simulación COSMOS (Centro de Operaciones en Simulación Médica Objetivamente Sistematizadas), un espacio certificado para ofrecer capacitaciones en primeros auxilios y RCP. Este centro está dirigido tanto al público general como a profesionales de la salud, proporcionando un entrenamiento efectivo y accesible que salva vidas. En COSMOS podemos aprender estas maniobras cruciales desde edades tempranas, asegurando que todos tengamos la capacidad de actuar ante una emergencia.
Al iniciar este nuevo año, ¿por qué no incluir en nuestras resoluciones el compromiso de capacitarse en primeros auxilios y RCP? La habilidad para salvar una vida no solo es una responsabilidad individual, sino una obligación para con los demás, y puede ser la diferencia entre la tragedia y la esperanza.
La autora es médico pediatra, profesora y directora de la Escuela de Medicina UNPHU