Al doctor Estévez Rochet, amigo, In Memoriam
Tu partida me arrastra a esta encrucijada de la vida. Sus destinos cercanos o remotos, divergentes y escindidos me obligas a ver ahora que canas caen y días los vividos enseñan a recorrer serenos las tormentas y polvaredas de las gentes y los días.
No quería que te fueras. Menos a causa de un zarpazo inesperado y artero; cuando estabas listo y preparado para con Carmen y nietos cosechar la tranquilidad, seguridad y frutos que el afanar de medio siglo parecía reservarte.
Me lo dijiste sin preámbulos ni regodeos: ¡Qué ingrata es la vida!
Lo pronunciaste con un dolor interiorizado, ronco, mordido, inmenso. ¡Sabías como yo que no lo merecías!
Me sobrecogió verte acostado ahí, reducidos tu peso, fortaleza; ausente tu corporalidad robusta, de guerrero.
Me descompuso —no te permití verlo— que a mi pregunta, ¿Cuál es el pronóstico? respondiera con aquella inconformidad mordida: ¡No son buenos!
Que desde esa condición y sufrimiento, recontaras conmigo. Cuando me informaste que había una reproducción de una pieza de Picasso en la habitación del hospital español donde ganaste unas manos a la competencia por tu cura y sobrevivencia... supe que me decías, amigo: En esa imagen te recordaba, Ignacio, cada día, desde que recuperé la conciencia. Que me sentías ahí, contigo. Como estabas tú conmigo desde los amaneceres, cuando desde la oscuridad de las incipientes madrugadas mi primer pensamiento eras tú, y tomaba el móvil y te mensajeaba mis deseos de recuperación, alentándote a vivir, a saber que te esperaba.
Tu partida me ha destrozado el trozo del alma en el cual habitabas como uno de mis verdaderos amigos.
Nos unió ese sueño de juventud íntegra, férrea y laboriosa que jamás abandonaste y todavía no aprendo a abandonar. Ese deseo de un país justo, esta convicción de amor por los desfavorecidos. Este trozo de odio hacia la maldad y hacia las injusticias. ¡Y tu solidaridad!
Quiero agradecerte el apoyo que me brindaste, los afectos que hacia mí inculcaste a tu esposa e hijos. Las puertas que abriste, las malas voluntades contra lo que soy que deshiciste. Y esa tolerancia vigorosa que hacia la irracionalidad que impulsaban mis acciones de artista siempre tuviste.
Tu partida me hace sentir empobrecido. Algo me faltará —tú— durante los días que me restan.
Ojalá nuestros amigos comunes que sobreviven te piensen como yo; columbrándote sin sombras, como referente: ejemplo de lo que es emerger desde esos lugares bordeados de pobrezas e irracional e irresponsable alegría desde los que mediante el tesonero afán ascendimos: incansables, persistentes: avasallando adversidades, apartándonos de las pobrezas humanas y de los entuertos.
Igual harán tus hijos, que tanto te enorgullecieron.
Te agradezco la sinceridad con la que siempre me mostraste el lado real de la vida que mis ojos hambrientos de belleza y arte a veces —y hasta generalmente— no me permitían ver. El deseo de tenerme siempre contigo; haber estado ahí, en cada etapa de mi vida, como hermano mayor, como mucho más que un amigo.
Te recuerdo y seguiré recordándote. Aprendiendo de ti, tus consejos y obras te sobreviven.
Gracias, doctor Rafael Estévez Rochet, amigo entrañable, hermano, por haber vivido.