Cuaresma, seducción y humildad

Hoy, Miércoles de Ceniza, inicia la Cuaresma. La certeza del inicio histórico de este tiempo no se conoce. Pero sabemos que se fue formando, progresivamente, gracias al genio del cristianismo, buscando preparar para la Pascua, cuyas primeras alusiones se verificaron en Oriente al inicio del siglo IV y en Occidente al final del mismo. Pero, la práctica penitenciaria se inició, aproximadamente, a mitad del siglo II. Este es un tiempo con un profundo sentido salvífico-redentor.

Por su parte, la disciplina penitencial para la reconciliación de los pecadores y las exigencias del catecumenado, que se realizaban, antiguamente, la mañana del jueves santo, contribuyeron mucho al desarrollo de la Cuaresma.

Es un tiempo oportuno para que los fieles cristianos, los hombres y las mujeres de buena voluntad, intensifiquen la escucha de la Palabra de Dios, la oración y las prácticas penitenciales; con la finalidad de prepararse para la Pascua, mediante la recepción del bautismo y de la penitencia. La Cuaresma inicia el miércoles de ceniza y concluye el jueves santo. La Semana Santa se inicia el Domingo de ramos y concluye la Cuaresma.

La Cuaresma no es una práctica de otros tiempos, sino actual; moderna porque persigue una renovación de la experiencia pascual en el hoy. Definitivamente, lo importante no son las prácticas ascéticas para una acción purificadora y santificadora del Señor, sino el signo de la participación en el misterio de Cristo que se actualiza en el aquí y el ahora.

De esta, la teología de la Cuaresma, nace una espiritualidad: pascual-bautismal-penitencial-eclesial. Por ejemplo, la práctica penitencial no es solo interior e individual, sino externa y comunitaria, caracterizada por elementos específicos: rechazo del pecado, consecuencias sociales del pecado, parte de la Iglesia en la acción penitencial y la oración por los pecadores. La Cuaresma urge y promueve algunos medios: escucha asidua de la Palabra, oración constante, ayuno y las obras de caridad. La pastoral litúrgica, hoy, ha de ser creativa para actualizar las obras típicas de la Cuaresma adaptándola a las nuevas realidades juveniles. En definitiva, la Cuaresma es un peregrinar que parte del interior, del ser de la persona, para fortalecer el exterior, el hacer, sin caer en el activismo vacío e inhumano.

Definitivamente, este viaje de regreso a Dios se dificulta por nuestras dependencias dañinas, se detiene por los lazos seductores de los vicios, de las falsas seguridades del tener, del poder, del aparentar y del lamento victimista que anquilosa. Para caminar, es necesario desenmascarar estas falsas ilusiones.

Por otra parte, la Cuaresma es un abajamiento humilde en nuestro interior y hacia los demás. La humildad es indispensable para la salvación. Incluso, decía san Agustín: “Nadie llega al reino de los Cielos, sino por la humildad”.

Efectivamente, dice el Papa Francisco que “la Cuaresma es un viaje que implica toda nuestra vida, todo lo que somos. Un tiempo para verificar las sendas que estamos recorriendo, para volver a encontrar el camino de regreso a casa, para redescubrir el vínculo fundamental con Dios, del que depende todo.