Los delfines del presidente Abinader
La política dominicana nunca duerme. No había terminado el conteo de los votos de las elecciones presidenciales del 19 de mayo de 2024, cuando ya en distintos círculos del oficialismo comenzaban a agitarse las aguas con una nueva pregunta: ¿Quién será el sucesor de Luis Abinader?
Aunque en un inicio pareció un ejercicio prematuro, incluso absurdo para algunos, la idea fue tomando forma con sorprendente rapidez. La confirmación llegó apenas cuatro días después de su reelección, cuando el presidente Abinader convocó el 23 de mayo a una reunión con los principales aspirantes del Partido Revolucionario Moderno (PRM) interesados en sucederle en 2028. Una acción sin precedentes en la política dominicana contemporánea.

El presidente Luis Abinader en su rendicion de cuentas el 27 de febrero de 2025.
Este artículo los ha denominado los “delfines de Abinader”, quienes han iniciado una disputa sutil, pero intensa, por posicionarse en el imaginario colectivo como los herederos legítimos del liderazgo del actual jefe de Estado. Las señales han sido más que evidentes.
El pasado 27 de febrero, durante la primera rendición de cuentas del segundo mandato de Abinader, el Congreso Nacional se convirtió en un escenario paralelo de campaña. Varios de los aspirantes presidenciales aprovecharon el evento institucional para exhibir músculo político. Carolina Mejía, David Collado, Wellington Arnaud y Eduardo Sanz Lovatón llegaron escoltados por legisladores y funcionarios afines, evidenciando que el verdadero mensaje del día no era solo el informe presidencial, sino el inicio de la carrera hacia el 2028.
La más reciente incorporación a esta carrera es la vicepresidenta Raquel Peña, quien ha comenzado a dejar entrever su deseo de convertirse en la primera mujer presidenta de la República Dominicana. Aunque aún no lo ha proclamado de forma abierta, sus acciones, declaraciones públicas y el protagonismo que ha asumido en representación del presidente en múltiples gabinetes y decisiones claves, revelan su interés claro en la sucesión. Su ventaja es evidente: ostenta la cercanía directa con las funciones ejecutivas y una percepción de continuidad institucional.
Lo que estamos presenciando es una reedición del escenario vivido en el año 2019 dentro del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), cuando los llamados “delfines de Danilo Medina”, Gonzalo Castillo, Francisco Domínguez Brito, Carlos Amarante Baret, entre otros, iniciaron su pugna interna por el favor del entonces presidente. Aquella guerra fratricida debilitó al PLD y terminó abriendo paso al ascenso del PRM al poder. Hoy, el oficialismo parece repetir la historia, sin reparar en las lecciones del pasado.
Hay una diferencia importante: los actuales delfines del PRM, con excepción de Carolina Mejía, que obtuvo su cargo por voto popular, han sido posicionados políticamente desde el poder. Raquel Peña llegó por arrastre en la boleta presidencial; David Collado, Sanz Lovatón, Wellington Arnaud y otros son ministros o directores generales, con visibilidad nacional gracias a sus cargos. La gran pregunta es: ¿Cuántos de ellos tendrían verdadera tracción electoral si se les despojara del poder institucional que hoy poseen?
A eso se suma una preocupación estructural: Mientras los aspirantes se dedican de lleno a sus proyectos personales, ¿quién está enfocado realmente en gobernar? El riesgo de una gestión distraída es real. La gobernabilidad comienza a resentirse cuando los ministros y altos funcionarios dividen sus agendas entre las responsabilidades del Estado y sus ambiciones políticas. Las prioridades nacionales corren el riesgo de quedar en segundo plano, en un momento en que el país enfrenta retos cruciales en materia de seguridad, economía, salud y educación.
La campaña sucesoral ha comenzado en serio. Los aspirantes se mueven como si las elecciones fueran en semanas, no en tres años. Las reuniones partidarias, las encuestas publicadas, las estrategias mediáticas y la conformación de equipos políticos están a la orden del día. Se hacen promesas, se negocian futuras posiciones, se movilizan recursos y se tejen alianzas. Todo ello en medio de una aparente armonía que, inevitablemente, en algún momento se fracturará.
Además de Carolina Mejía, David Collado, Wellington Arnaud, Eduardo Sanz Lovatón y Raquel Peña, otros nombres suenan en el radar del PRM: Guido Gómez Mazara, siempre desafiante y crítico del oficialismo, y Roberto Fulcar, quien aunque hoy no ocupa un cargo de gobierno, mantiene presencia en los círculos políticos por su cercanía con las bases y su historial como estratega del triunfo de Abinader en 2020.
El presidente Abinader, al apoyar abiertamente la competencia interna desde tan temprano, pretende evitar los conflictos intestinos que desgastaron al PLD. Pero también corre el riesgo de que su figura se diluya demasiado pronto, perdiendo autoridad frente a un gabinete dividido por agendas paralelas. Si la lealtad al proyecto de gobierno cede ante las aspiraciones personales, podría quedar comprometido el legado de su segundo mandato.
La carrera ha comenzado. Pero aún está por verse si estos delfines nadarán juntos hasta el final o si se devorarán entre sí en la lucha por el poder. La historia ya nos ha mostrado las consecuencias cuando los relevos se disputan más rápido de lo que el país puede digerir.
Y, al final, ¿quién será realmente el heredero político de Abinader? ¿El más cercano al poder? ¿El más popular? ¿O el más hábil para capitalizar el desencanto social y reconectar con una ciudadanía cada vez más crítica, demandante y atenta?