Entre tú y yo
¿Y si gobernamos con datos y no con encuestas?
En la República Dominicana, gobernar se ha convertido en una competencia de popularidad. Las decisiones no se toman con base en evidencia, sino en encuestas de opinión. Lo que no “mide bien” en el momento, simplemente se pospone, aunque esté arrastrando al país hacia una crisis.
Pero gobernar con encuestas es como navegar con una brújula prestada: no muestra el rumbo correcto, sino la dirección que otros quieren que tomes. En cambio, los datos —los verdaderos— permiten trazar un plan realista, medir avances y corregir errores.
Y aquí está el punto clave: una cosa es saber lo que la gente quiere o teme, y otra muy distinta es saber lo que el país necesita.
La evasión fiscal supera el 36%. Más del 55% de los negocios operan en la informalidad. La evasión del impuesto sobre la renta pasa del 60%. El déficit eléctrico bordea los 1,500 millones de dólares anuales. La tasa de accidentes de tránsito sigue siendo la más alta de la región. Pero todo eso parece menos importante que la próxima encuesta Gallup o Markestrategia.
Gobernar con datos implicaría priorizar la eficiencia del gasto, fortalecer la planificación estatal y dejar de invertir donde “se ve bonito” para hacerlo donde más impacto tenga. Sería usar estadísticas reales para definir prioridades, como lo hacen países que han logrado grandes avances en corto tiempo.
Colombia, por ejemplo, mejoró su seguridad ciudadana al integrar mapas de calor delictivo y datos en tiempo real. Medellín pasó de ser una de las ciudades más violentas del mundo a convertirse en modelo de planificación urbana, gracias al uso inteligente de datos. Chile y Uruguay han diseñado reformas fiscales y sociales tomando como base diagnósticos técnicos y no cálculos políticos.
Aquí, en cambio, las decisiones siguen marcadas por el temor a perder aprobación. La política social se basa más en bonos momentáneos que en estrategias de inclusión. Las reformas se congelan para no “meterse en problemas”. Y mientras tanto, los problemas crecen.
Es hora de cambiar esa lógica.
Un Estado moderno no puede depender de lo que dice una encuesta cada tres meses. Necesita instituciones fuertes, estadísticas confiables, diagnósticos independientes y capacidad para tomar decisiones con base en evidencia, aunque no sean populares al principio.
¿Y si empezamos a exigir gobernantes que se guíen por datos en lugar de aplausos?
Los datos no mienten. Las encuestas, a veces, sí.
Los datos construyen. Las encuestas solo miden.
Y un país no se construye midiendo opiniones, sino enfrentando realidades.
joaquinjoga@gmail.com