Ciencia, tecnología e innovación

En 2020 la OCDE (junto a UNCTAD y CEPAL) publicaron el informe “Production Transformation

Policy Review of the Dominican Republic” en el que encontramos una fuerte expresión admonitoria: “La República Dominicana, aunque es la economía de más rápido crecimiento en América Latina y el Caribe desde 2010, no puede permitirse el lujo de caer en la complacencia.”

En este contexto, la buena noticia, según el informe, es que el país ha implementado reformas que pueden sustentar un nuevo modelo de crecimiento. Sin embargo, se acota con rapidez que, si esto ha servido para atraer inversiones y fomentar el desarrollo de nuevas actividades en la economía, la combinación de políticas requiere mejoras para liberar el potencial empresarial local y fomentar la innovación.

Entre las más importantes recomendaciones de este informe se encuentra la necesidad de superar las deficiencias del país en materia de instituciones, combinación articulada de políticas y mecanismos de financiación a largo plazo para fomentar el desarrollo de las empresas emergentes y la innovación. Se recomienda la conformación de una agencia de innovación ágil, pequeña y con un presupuesto claramente asignado.

A este respecto preferimos reaccionar que tenemos el reto de integrar todo un de un Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación, en el que, como parte del mismo, una eficiente agencia de innovación puede ser necesaria, por supuesto.

En 2017 economistas del Banco Mundial nos ofrecieron una excelente publicación con recomendaciones y lecciones muy relevantes, bajo el título “La paradoja de la innovación: Las capacidades de los países en desarrollo y la promesa incumplida de la convergencia tecnológica.”

La paradoja consiste en que, a pesar de los enormes beneficios potenciales que ofrece la innovación, muy especialmente para los países en desarrollo acelerar su ruta hacia adelante, estos invierten mucho menos, medido en una variedad de dimensiones, que los países avanzados.

Esto se constata con facilidad si tomamos en cuenta que, en el periodo 2010-2021 los países de la OCDE invirtieron un 2.7% del PIB, en investigación y desarrollo, los Estados Unidos un 3.5, y Japón un 3.3, Corea del Sur un 4.9 e Israel un 5.5, el promedio de los países latinoamericanos fue un 0.61. Los países latinoamericanos que lideraron esta inversión fueron Brasil, con un 1.19, Argentina, con 0.56, Costa Rica, con 0.44, México, con 0.38, y Uruguay y Chile, 0.37.

¿Dónde se posiciona nuestro país? Con un raquítico 0.04 del PIC. (Agradezco los datos estadísticos al colega inteciano Víctor Gómez Valenzuela).

A lo anterior hay que agregar lo que los economistas del Banco Mundial llaman balcanización de las políticas e iniciativas para impulsar la ciencia, tecnología e innovación, es decir, el hecho de que dichas políticas carecen de coherencia entre ministerios y de alineación entre instrumentos, resultando en políticas duplicadas y fragmentadas asignadas a las distintas industrias, con diferentes agencias encargadas por leyes distintas y contradictorias de la gestión del SNI, lo que genera confusión dentro del sector privado sobre quién es responsable de proporcionar apoyo. Al mismo tiempo, si el énfasis es en la innovación, se corre el riesgo de relegar toda la responsabilidad a un ministerio de ciencia y tecnología, que puede concentrar recursos en investigación académica no aplicada, sin coordinación con las políticas del ministerio de industria centradas en el sector privado.

Debemos abrir espacio en la agenda nacional a la conformación de un Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación, que impulse la investigación pero con énfasis en la investigación inspirada en uso y que desembarque en innovación y en el impulso del potencial empresarial local. Para no caer en la complacencia.

El autor es Rector del INTEC

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