FIGURAS DE ESTE MUNDO

El precio de la redención

En verdad Pilato había protestado de un modo directo y definido frente a los príncipes de los judíos: “...habiéndole examinado delante de vosotros, no he hallado en este hombre culpa alguna de esas de las cuales le acusáis... Voy, pues, a castigarle y dejarle en libertad”. No era, por cierto, esa la respuesta que esperaba la muchedumbre exaltada en la plaza. Un grito de cólera brotó de repente entre el gentío: “¡Muerte a ese!”. Pilato volvió a hablarles, mostrando su intención de soltar a Jesús. Otra vez gritaron: “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!”. Apenas se hubo calmado un tanto el estrépito, el gobernador ratificó por tercera vez que ninguna culpa encontraba en el Cristo. En esos momentos, solo él, un extranjero, un romano, un idólatra, defendía la vida de Jesús. Mas ellos instaron a grandes voces: “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!”. Y sus voces prevalecieron. “Tomadlo vosotros -grita Pilato- y crucificadlo, pues yo no encuentro en él culpa alguna” (Juan 19:6). 

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