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Roma: Aprender a tiempo

“Con las prisas de hoy en día, todos pensamos demasiado, buscamos demasiado, queremos demasiado y nos olvidamos de la alegría de simplemente ser”.

Eckhart Tolle

La caída del Imperio Romano no fue un accidente de la historia ni un evento aislado, sino el resultado de un proceso de decadencia que se gestó durante siglos. Curiosamente, muchos de los factores que llevaron al colapso de Roma se reflejan en la historia política y económica de Latinoamérica.

No se trata de una simple analogía superficial, sino de patrones que, aunque separados por siglos, revelan las dinámicas que llevan a la descomposición de las estructuras estatales.

Uno de los elementos más notorios en el declive romano fue la corrupción administrativa. En sus mejores épocas, Roma se sostenía sobre una burocracia eficiente y una estructura de poder relativamente estable.

A medida que el imperio se expandía y las instituciones se volvían más complejas, la corrupción se universalizó.

Gobernadores y funcionarios desviaban recursos públicos, los puestos se compraban y vendían, y la lealtad al Estado fue sustituida por la lealtad a grupos de poder.

¿Acaso no es esto lo que vemos en muchos países latinoamericanos? Estados inflados, burocracias ineficientes, funcionarios que entran y salen de los cargos sin que las estructuras mejoren y un aparato estatal que se convierte en una maquinaria de privilegios antes que en un medio para el bienestar colectivo.

La crisis económica también jugó un papel clave en el colapso de Roma. El costo de mantener un imperio tan vasto superó la capacidad de sus ingresos. Para sostenerlo, los gobernantes devaluaron la moneda y aumentaron descontroladamente los impuestos, pero el gasto público era insostenible.

Lo mismo ocurre en América Latina cuando los gobiernos financian su supervivencia con base en emisión monetaria, deuda externa y sistemas fiscales injustos que estrangulan la productividad.

Otro factor que condenó a Roma fue la fragmentación política. A medida que las instituciones se debilitaron, la unidad del imperio se resquebrajó. Las provincias actuaban con mayor autonomía, los ejércitos respondían más a sus generales que al emperador y el gobierno central perdía control sobre su territorio.

En lugar de fortalecer instituciones, muchos políticos han gobernado para su facción, priorizando la lealtad personal sobre el bien común. Muchos países de la región han sufrido crisis profundas debido a dirigentes que han antepuesto sus intereses partidarios a la estabilidad nacional.

Invasiones bárbaras

Roma no cayó solo porque sus fronteras fueran atacadas, sino porque el propio sistema interno permitió que el enemigo entrara. Con un ejército debilitado y mercenarios poco confiables, el imperio se tornó vulnerable.

En América Latina, las amenazas no son tribus germánicas, sino estructuras criminales promotoras del tráfico de personas.

Muchas veces, los mismos gobiernos han sido cómplices de su propia destrucción, pactando con actores que luego se convierten en una amenaza. Así como Roma permitió la entrada de bárbaros esperando que fueran aliados, muchos países han dejado crecer fuerzas que terminan desafiando su autoridad.

Roma no solo colapsó por sus problemas políticos y económicos, sino porque perdió su identidad. En su auge, la disciplina, el sentido del deber y la confianza en las instituciones eran parte de su fortaleza.

La historia no se repite exactamente, pero sí rima. Roma no cayó de la noche a la mañana, como tampoco lo hacen los países latinoamericanos.

El proceso es lento, a veces imperceptible, mas sigue el mismo patrón: corrupción, crisis económica, fragmentación política, amenazas externas e internas, y una erosión cultural que termina por hacer insostenible el sistema.

La pregunta es: ¿Aprenderán los gobiernos?… ¿Antes de que sea demasiado tarde?

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